viernes, 11 de diciembre de 2009

La 1/2 hija

No es raro que mi Ro me consienta en más de lo que debiera, pero aquel sábado por la mañana fue un día especial.

Mientras manejábamos por la mañana en el último fin de semana que pasaríamos alejadas la una de la otra, platicábamos de si deberíamos adoptar a Luna, una gatita que mi suegra se había encontrado hacía casi un año mientras caminaba a la oficina. Siempre la describieron como muy gentil con la gente, cariñosa y muy calmada.

Sin embargo, con lo terca que soy, le platiqué a mi niña que el caso era hacer el bien por un gatito y que yo nunca había tenido una gatita tricolor diluída y que siempre me habían gustado. La suerte estaba echada: si encontrábamos una gatita indefensa de esas características, la tendríamos que adoptar. La respuesta apareció a los pocos minutos en una veterinaria de una plaza comercial...

5 gatitos de unos 2 meses rodeaban a una pequeña de apenas unas 3 semanas, la gatita estaba en los huesos y tenía los ojos lagañosos por una infección, además olía bastante mal. Yo le dije a mi mujer que definitivamente esa era una señal, ahí estaba un caso difícil en la forma de la gatita que había descrito, tricolor diluida.

Mi Ro dudó en decir que sí, pero días después me platicó que lo hizo porque generalmente hago pucheros bastante ligeros cuando me dice que no, pero esta vez vio mi cara larga larga y con los ojos hacia la gatita que estaba siendo apachurrada por los otros gatos.

Fácil no iba a ser, se veía enferma y lo que pensé porque estoy en contra de comprar animalitos es decirle al veterinario que me la regalara, que yo la curaría. Claro, de más está decir que con el bote de leche, sus croquetas especiales y su medicina nos acabó costando el precio de un gatito sano, pero no hay nada que me quite la idea de que le salvamos la vida.

Ahora ya tenemos una media hija.

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